-¿Tiene hambre, fräulein?- el anciano hizo que regresara a la realidad, volteé a verlo sorprendida como si hubiese olvidado dónde estaba -Puedo ofrecerle salmón enlatado-
-No, gracias- le sonreí a medias -No tengo hambre-
-Está muy delgada- frunció el ceño en un gesto de desagrado y yo le correspondí con indiferencia -No insistiré- se dio vuelta hasta la silla plegable que tenía frente al catre donde yo estaba sentada y allí se sentó con delicadeza, pareciera que le costaba doblarse.
-Necesito el libro, solo vengo por el- le di un sorbo al té sin mirar al anciano.
-Si es por lo que viene, tómelo- levanté la cara y vi como el viejo alemán señalaba con la mirada un librero en la otra esquina de la habitación -Está allí arriba-
Medité el ir por el libro, la manera tan amable en la que me ofreció tomarlo era perturbadora. Miré la taza entre mis manos, le di vueltas al líquido de dentro. Se escuchaba ya a los paramédicos entrar a la casa, el escándalo era perfectamente identificable a cuadra y media. Las señoras chismorreando y los hombres quejándose del peso del cuerpo y demás por menores que conllevaba la muerte de la mujer.
-Dudo que el libro sea la única razón por la cual vendría usted- una vez mas, el viejo me hizo volver al presente.
-Usted lo robó- me reí exasperada -cómo no volver por el-
-Un sencillo libro con runas y cánticos en lenguas muertas es invariablemente un deleite a los ojos de un pobre y curioso viejo como yo- me miró con una expresión de inocencia fingida, bebió su grotesco té y entrecerrando los ojos como para enfocar mejor mi figura, agregó -¿Por qué usted tendría algo así?-
-Estudio literatura, de vez en cuando simbología. En la Universidad de Oslo- me encogí de hombros y desvié la mirada. Me sentí sumamente estúpida por decir que estudiaba tan lejos al otro lado del país, mi mentira no tenía lógica.
-No, fräulein. Usted no tiene estudios de ningún tipo- un escalofrío recorrió mi cuerpo y una punzada de dolor se atravesó mi cuerpo hasta incrustarse en mi pecho.
-¿Usted qué puede saber al respecto?- pregunté ahora asustada.
-No le pierdo la pista desde que es usted muy joven- el viejo dejo entrever de sus ojos un vestigio de juventud, como si algo emocionante estuviese sucediendo, se inclinó hacia el frente y puso sus codos sobre sus rodillas -¿De dónde sacó ese libro, fräulein? ¿Qué sabe de él?- por instantes el hombre que tenía frente a mi no se veía tan acabado, sus arrugas desaparecían ante su actitud retadora, y podía ver claramente su sangre correr mas rápido por esas venas tan resaltadas que su piel no podía ocultar.
Me asusté, no sabía qué contestar y varias gotas de sudor frío bajaban por mi sien. El viejo que estaba sentado frente a mi sabía cosas que nadie preguntaba de mi, yo no había nacido en Finnmark y obviamente no era originaria de la región, no estudié jamás en un instituto, no tengo familia, crecí en un orfanato y el libro -ah, ese libro- tiene su propia historia. Dejé la taza de té sobre la mesita de noche y me preparé a correr, mis piernas temblaban y mis manos empezaban a dormirse. Volteé a ver al anciano intentando no verme tan perturbada y al momento que calculé su siguiente parpadeo me lancé sobre la puerta dispuesta a huir de allí.
Hubo un golpe sordo, vi al anciano levantarse y dando una vuelta hacia su costado derecho que es por donde emprendí la huida, arrastraba su bastón hasta levantarlo y propinarme un golpe en la parte alta de la nuca. Caí intempestivamente hacia delante, con tanto alboroto fuera nadie pudo escuchar lo que dentro de la habitación sucedía. La vista se me nublo y escuchaba un zumbido que agraviaba los sonidos al rededor mío, entonces desde el piso vi unas botas gastadas acercarse y el pantalón roído de la pretina de aquel viejo loco. Un pañuelo blanco se acercó hasta mi nariz, así tapando a su vez mi boca y sentí el formol inundar mis pulmones y a la par que mis ojos se cerraban y mi conciencia se apartaba de mi.
-No le pierdo la pista desde que es usted muy joven- el viejo dejo entrever de sus ojos un vestigio de juventud, como si algo emocionante estuviese sucediendo, se inclinó hacia el frente y puso sus codos sobre sus rodillas -¿De dónde sacó ese libro, fräulein? ¿Qué sabe de él?- por instantes el hombre que tenía frente a mi no se veía tan acabado, sus arrugas desaparecían ante su actitud retadora, y podía ver claramente su sangre correr mas rápido por esas venas tan resaltadas que su piel no podía ocultar.
Me asusté, no sabía qué contestar y varias gotas de sudor frío bajaban por mi sien. El viejo que estaba sentado frente a mi sabía cosas que nadie preguntaba de mi, yo no había nacido en Finnmark y obviamente no era originaria de la región, no estudié jamás en un instituto, no tengo familia, crecí en un orfanato y el libro -ah, ese libro- tiene su propia historia. Dejé la taza de té sobre la mesita de noche y me preparé a correr, mis piernas temblaban y mis manos empezaban a dormirse. Volteé a ver al anciano intentando no verme tan perturbada y al momento que calculé su siguiente parpadeo me lancé sobre la puerta dispuesta a huir de allí.
Hubo un golpe sordo, vi al anciano levantarse y dando una vuelta hacia su costado derecho que es por donde emprendí la huida, arrastraba su bastón hasta levantarlo y propinarme un golpe en la parte alta de la nuca. Caí intempestivamente hacia delante, con tanto alboroto fuera nadie pudo escuchar lo que dentro de la habitación sucedía. La vista se me nublo y escuchaba un zumbido que agraviaba los sonidos al rededor mío, entonces desde el piso vi unas botas gastadas acercarse y el pantalón roído de la pretina de aquel viejo loco. Un pañuelo blanco se acercó hasta mi nariz, así tapando a su vez mi boca y sentí el formol inundar mis pulmones y a la par que mis ojos se cerraban y mi conciencia se apartaba de mi.