viernes, 7 de noviembre de 2014

El libro verde

Entre temblores, que si bien no eran por el frío quizá serían por la agitada noche que transcurría, bebí el té rancio que el viejo me ofreció. Se escuchaba a lo lejos una ambulancia que evidentemente recogería el cuerpo de mi ex vecina. Las pláticas del pasillo se escuchaban en casi todos los rincones de la casucha y las casas contiguas empezaban a esparcir el rumor de la muerte inesperada de la inquilina perfectamente sana a causa de lo que parecía ser un demonio. Era un pueblo pequeño donde yo vivía, Finnmark. Un pueblo supersticioso, lleno de mitos y leyendas que jamás compartí con entusiasmo. Me apenaba saber que siendo tan cruda la realidad en la que se vivía allí, la gente se refugiara en viejos cuentos nórdicos que no eran más que fábulas para hacer dormir a los niños.

-¿Tiene hambre, fräulein?- el anciano hizo que regresara a la realidad, volteé a verlo sorprendida como si hubiese olvidado dónde estaba -Puedo ofrecerle salmón enlatado-
-No, gracias- le sonreí a medias -No tengo hambre-
-Está muy delgada- frunció el ceño en un gesto de desagrado y yo le correspondí con indiferencia -No insistiré- se dio vuelta hasta la silla plegable que tenía frente al catre donde yo estaba sentada y allí se sentó con delicadeza, pareciera que le costaba doblarse. 
-Necesito el libro, solo vengo por el- le di un sorbo al té sin mirar al anciano.
-Si es por lo que viene, tómelo- levanté la cara y vi como el viejo alemán señalaba con la mirada un librero en la otra esquina de la habitación -Está allí arriba-

Medité el ir por el libro, la manera tan amable en la que me ofreció tomarlo era perturbadora. Miré la taza entre mis manos, le di vueltas al líquido de dentro. Se escuchaba ya a los paramédicos entrar a la casa, el escándalo era perfectamente identificable a cuadra y media. Las señoras chismorreando y los hombres quejándose del peso del cuerpo y demás por menores que conllevaba la muerte de la mujer.

-Dudo que el libro sea la única razón por la cual vendría usted- una vez mas, el viejo me hizo volver al presente.
-Usted lo robó- me reí exasperada -cómo no volver por el- 
-Un sencillo libro con runas y cánticos en lenguas muertas es invariablemente un deleite a los ojos de un pobre y curioso viejo como yo- me miró con una expresión de inocencia fingida, bebió su grotesco té y entrecerrando los ojos como para enfocar mejor mi figura, agregó -¿Por qué usted tendría algo así?-
-Estudio literatura, de vez en cuando simbología. En la Universidad de Oslo- me encogí de hombros y desvié la mirada. Me sentí sumamente estúpida por decir que estudiaba tan lejos al otro lado del país, mi mentira no tenía lógica.
-No, fräulein. Usted no tiene estudios de ningún tipo- un escalofrío recorrió mi cuerpo y una punzada de dolor se atravesó mi cuerpo hasta incrustarse en mi pecho.
-¿Usted qué puede saber al respecto?- pregunté ahora asustada.
-No le pierdo la pista desde que es usted muy joven- el viejo dejo entrever de sus ojos un vestigio de juventud, como si algo emocionante estuviese sucediendo, se inclinó hacia el frente y puso sus codos sobre sus rodillas -¿De dónde sacó ese libro, fräulein? ¿Qué sabe de él?- por instantes el hombre que tenía frente a mi no se veía tan acabado, sus arrugas desaparecían ante su actitud retadora, y podía ver claramente su sangre correr mas rápido por esas venas tan resaltadas que su piel no podía ocultar.

Me asusté, no sabía qué contestar y varias gotas de sudor frío bajaban por mi sien. El viejo que estaba sentado frente a mi sabía cosas que nadie preguntaba de mi, yo no había nacido en Finnmark y obviamente no era originaria de la región, no estudié jamás en un instituto, no tengo familia, crecí en un orfanato y el libro -ah, ese libro- tiene su propia historia. Dejé la taza de té sobre la mesita de noche y me preparé a correr, mis piernas temblaban y mis manos empezaban a dormirse. Volteé a ver al anciano intentando no verme tan perturbada y al momento que calculé su siguiente parpadeo me lancé sobre la puerta dispuesta a huir de allí.

Hubo un golpe sordo, vi al anciano levantarse y dando una vuelta hacia su costado derecho que es por donde emprendí la huida, arrastraba su bastón hasta levantarlo y propinarme un golpe en la parte alta de la nuca. Caí intempestivamente hacia delante, con tanto alboroto fuera nadie pudo escuchar lo que dentro de la habitación sucedía. La vista se me nublo y escuchaba un zumbido que agraviaba los sonidos al rededor mío, entonces desde el piso vi unas botas gastadas acercarse y el pantalón roído de la pretina de aquel viejo loco. Un pañuelo blanco se acercó hasta mi nariz, así tapando a su vez mi boca y sentí el formol inundar mis pulmones y a la par que mis ojos se cerraban y mi conciencia se apartaba de mi.



viernes, 31 de octubre de 2014

Aun el león se defiende de las moscas.

Valía mas la ropa que traía puesta, que yo, en ese momento. El atardecer pintaba las montañas de naranja y el frío calaba mis huesos. Mis dedos se asomaban en la punta de los guantes viejos y gastados de lana gris, y la bufanda llena de agujeros dejaba entrar soplos de aire helado hasta mi cuello. Maldije en ruso para no perder la costumbre y caminé hasta la casucha donde alquilaba un cuarto. Metí la mano congelada en el bolsillo de mi abrigo y saqué entre temblores la llave, la introduje en la cerradura y giré la perilla al tiempo que jalaba y volvía a empujar la puerta.
La casa no era grande, sin embargo tenía bastantes cuartos y estos a su vez ya estaban habitados. Entre el ruido de gente hablando en ruso, noruego e inglés me hice lugar hasta subir al segundo piso donde estaban los últimos cinco cuartos. Sosteniéndome del barandal que asomaba hacía el corredor principal caminé hacia el fondo donde estaba una puerta vieja sin cerradura que si bien no era mucho al menos era lo que podía pagar. Le di un empujón con el hombro y esta se abrió, entré y tras de mi cerré con desgano la puerta. Los vidrios estaban rodeados de hielo y los últimos vestigios de luz desaparecieron entre las cortinas llenas de polvo, encendí la única lámpara de la habitación y me senté sobre la cama. De la mesita de noche levanté un libro viejo de empastado verde, maltratado y deshojado. Suspiré sin abrirlo y comencé a quitarme la ropa.

Entré al baño temblando de frío y al dar la vuelta para abrir la llave del agua y llenar la tina me vi en el espejo. Me vi con los cabellos sobre la cara pegados por el aguanieve y la tierra, me vi con esa piel blanca casi violeta que tanto odiaba, vi las ojeras que se acomodaban bajo un par de ojos bicolor, mi ojo izquierdo verdusco y el derecho azulado. Pasé mi dedo índice sobre mis labios rojizos, dejé que el color negro de mi cabello se mezclara con mi piel y la hiciera resaltar aun mas. Mi mano bajó hasta mi cintura donde vi los huesos de mi cadera prominentes como montañas sobre un cuerpo tan escuálido. Me odiaba, veía como los días consumían mi frágil templo de órganos, veía como los días acaban conmigo y que trabajando en una pescadería jamás conseguiría alimentarme bien ni ser fuerte para un país tan frío, <<Alt for Norge>>  dije para mis adentros mientras hacía una media sonrisa, de esas que no tienen otro fin que perturbar. Me metí en el agua hirviendo de la tina y deje que esta enrojeciera mi piel, abracé mis rodillas y escondí mi cabeza entre ellas.

<<Yo no nací para esto>> mi cabeza daba vueltas <<No puedo vivir cargando cajas y cajas de peces de río el resto de mis días>> me sumergí por completo en el agua y abrí los ojos para ver la borrosa imagen, la distorsionada realidad que daba el agua turbia, esperé a que el agua me inundara, respiré y sentí el ardor pasar por mi nariz, sentí como mi pecho quemaba con el líquido que me abrazaba, saqué desesperada la cabeza y tosí con fuerza mientras escupía. No sé qué estaba haciendo.

Acerqué la toalla  y antes de salir por completo de la tina oí un chillido casi animal del cuarto contiguo. Me vestí rápido y a medias, aún con la blusa a medio abrochar salí deprisa y vi ya a varios vecinos forcejeando la puerta, me eché el cabello mojado para atrás y pregunté al dueño de la casa que estaba tratando de abrir la puesta qué fue lo que pasó. Entre maldiciones en un idioma indescriptible para mí alcancé a escuchar que lo último que vieron entrar en la habitación fue al gato que vivía en la casa pero ahora sus ojos eran negros y su presencia manaba un frío espectral, el hombre lo llamó un "Draugr" . Por la naturaleza de la palabra en un país escandinavo un escalofrío logró apoderarse de mi por un segundo pero me controlé en seguida. Con el ceño fruncido volteé a ver a las personas del rededor que a su ves veían la puerta de mi vecina, sus miradas tristes y asombradas por la anti naturalidad de los gritos provenientes de dentro. Vi al joven ruso que vivía en uno de los cuartos de la planta bajo acercarse para teclear la puerta y al golpearla con todo el peso de su costado izquierdo ésta cedió. Entraron a empujones los hombres y tras ellos, las miradas curiosas de sus mujeres correspondientes. Como era mi costumbre, entré silenciosamente y me mezcle entre la multitud para al final admirar el cuerpo blanquecino sin vida de mi ahora difunta vecina. La gente a mi al rededor se tapó la boca y algunas se voltearon y salieron de la habitación,
La mujer de a penas 40 y algo años yacía sobre su cama con los ojos en blanco y la boca abierta en un último alarido silencioso. El gato había desaparecido y la única ventana de la habitación permanecía abierta dejando así al frío entrar sin piedad.

-Esto no puede ser...- dijo el casero tomando su cabeza entre sus manos.
-Seguro fue un paro cardíaco- dijo despreocupado el ruso que había abierto la puerta.
-Era una mujer saludable, no puede ser nada de eso- le contestó un hombrecillo que según sabía yo y ahora confirmaba por su acento, era irlandés -Además ese grito no fue nada normal-
-"Draugr"- Dijo el casero una vez más y noté como todos los presentes sintieron el mismo miedo, al menos los que conocían el significado de la palabra.
Me abracé al sentir el viento frío recorrer mi espalda, volteé hacia la ventana y me acerqué a cerrarla. eché un vistazo hacia afuera y al mirar la perturbadora noche iluminada por las estrellas, sentí como un par de ojos inhumanos se clavaban en mi, un piquete doloroso atravesó mi pecho y cerré de golpe la ventana esperando que con eso la sensación de dolor y miedo desapareciera.
Al escuchar las incoherente platicas de la gente que rodeaba a la mujer muerta me seguí derecho hasta llegar de nuevo al pasillo y así dejando atrás la sarta de cuentos para niños que se desataba en la habitación.

-Cree en dios, fräulein?- Escuché que me preguntaba un anciano que a penas dos días había llegado a vivir a la casa, me hizo la pregunta en alemán.
-No- le contesté en su idioma sin siquiera voltear a verlo -Ni en dios, ni en nada que se le parezca- ahora volteaba hacia él y éste estaba recargado sobre un bastón con empuñadura de plata a un lado de la escalera.
-Debería al menos creer en usted misma, sie huntress- Lo miré fijamente, intrigada. El permanecía quieto, con un abrigo de apariencia pesada y un sombrero negro al que aun le quedaban rastros de aguanieve. se veía cansado, era alto de facciones fuertes y una barba tupida tan blanca como la nieve que estaba por caer esa noche.
-Discúlpeme por no tener fe en seres de fantasía- Le sonreí sin alegría.
-Supongo que es la respuesta que daría cualquier huérfano- esta vez le miré realmente consternada y abrí la boca para preguntar quién era él, se adelanto a los hechos y al ver mi expresión solo levantó levemente su sombrero a la par que agachaba el  rostro en un gesto de despedida, dijo -Buenas noches- se dio la vuelta y bajó rumbo a su habitación.
Por dos segundos me quedé allí pasmada hasta que reaccioné al frío. Entré a mi habitación y tras terminar de vestirme me senté de nuevo sobre la cama, volteé hacia la mesita de noche y para mi sorpresa en lugar de mi libro verde encontré una pequeña hoja escita en alemán. La tinta era negra y la letra cursiva.

"Aun el león se defiende de las moscas"

El maldito proverbio alemán me hizo temblar.
Una muerta a lado mío, un anciano que sabía que no tenía familia, una nota estremecedora y yo con hambre. Estaba pidiendo a gritos una vida más interesante y al momento sentí un golpe en el estómago que me decía que algo grande esperaba por mi. Sentía como mis manos sudaban frío y me emocionaba lo perturbador de la situación. Sabía que el viejo me había dejado la nota, se había llevado mi libro con él. Salté de la cama y corrí escalera abajo hasta la habitación del anciano alemán. Toqué la puerta tres veces con desesperación, mi respiración era pesada y el cuerpo me temblaba sin saber yo porqué. 
Se abrió la puerta y aquél hombre aun mas alto que yo a pesar de su edad apareció frente a mi. Se hizo a un lado haciendo un gesto invitándome a entrar y sonriendo sobriamente, dijo:

-Tardaste demasiado...-